Capitalismo – Observaciones a propósito de los recientes debates sobre el eurocentrismo, el “Occidente global”, “jardines y selvas”. [Roberto Fineschi]

Roustabouts (detalle). Joe Jones, 1934
Marx. Dialectical Studies, 24-5-2024
Traducción de Federico Rivera
Correspondencia de Prensa, 30-5-2024
Observaciones al pie de los recientes debates sobre el eurocentrismo, el «Occidente global», «Jardines y selvas» (tomando algunos pasajes de un artículo de Political Orientations and Historical Materialism).
¿Eurocentrismo? ¿Anticapitalismo?
1. En lo mucho que se habla del llamado eurocentrismo reina, en mi opinión, bastante confusión en las definiciones. Sobre todo, cuando se refiere a Marx.
Si por este término se entiende considerar la historia del universo-mundo según las perspectivas y necesidades europeas, huelga decir que se trata de un prejuicio a erradicar. Sin embargo, si se entra en más detalles, la cuestión se vuelve mucho más resbaladiza y, en algunos casos, francamente reaccionaria.
La historia del mundo se ha vuelto eurocéntrica con el desarrollo del modo de producción capitalista, en el sentido de que ha impuesto dominación, reglas y formas de desarrollo a una dinámica que antes tenía varios elementos independientes no unidos en un sistema salvo por contactos marginales, mientras que el capitalismo se ha convertido en la variable dominante que ha funcionalizado el mundo entero a sí mismo. En este sentido, el eurocentrismo no es un mero prejuicio intelectual, sino un proceso real de dominación y explotación vinculado al modo de producción capitalista.
Sin embargo, el modo de producción capitalista ha sido desde el principio un proceso contradictorio que ha producido simultáneamente contenidos potencialmente positivos pervertidos en forma reaccionaria por su propia dialéctica interna. Así, junto a la explotación, también produce libertad potencial, incluyendo la productividad del trabajo, el conocimiento racional y científico, la dignidad universal del ser humano, etc. Estar en contra de estos aspectos no es simplemente insensato, es reaccionario.
Ahora bien, en el antieurocentrismo genérico (y lo mismo en el anticapitalismo genérico) no se suele hacer esta distinción fundamental entre contenido material y forma social, por lo que se acaba queriendo tirar la casa por la ventana, es decir, no solo los aspectos perversos de la forma capitalista, sino también el potencial emancipador que su contenido hace posible. Se cae, en definitiva, en el burdo anticapitalismo romántico que impregna tantas posiciones, incluso en la izquierda, en las que se invoca o bien el primitivismo, o bien un «otro» que no tiene nada que ver con el capitalismo tout court (como si pudiera existir).
El mismo genericismo se aplica a diversos discursos sobre Marx que no serían eurocéntricos. Depende de lo que se quiera decir. Si se quiere decir, por ejemplo, que la cultura nacida con la Ilustración y florecida con el idealismo alemán, etc. es superior a otras culturas que existían en ese momento en la geografía y la historia humanas (hay, por tanto, una escala de mérito y juicio), no hay duda sobre el eurocentrismo de Marx (como pro-emancipación y pro-progreso). Si se quiere decir que el mundo debe plegarse a la valorización del capital occidental, ciertamente Marx no era eurocéntrico. Si no se especifica lo que se quiere decir se hace un gran lío tanto con Marx como con la realidad.
2. Esto es fundamental en la práctica y la interpretación políticas. Por ejemplo, valorizar el universalismo occidental y las instituciones representativas -que incluyen, por ejemplo La igualdad de derechos entre hombres y mujeres, las elecciones y las libertades burguesas en general- de manera instrumental para imponer el capitalismo, o mejor aún el control imperial, es claramente un uso ideológico del progresismo ilustrado que obviamente no tiene nada que ver con la generalización real de esos derechos, sino que simplemente se utiliza como excusa para imponer violentamente la dependencia del sistema económico que ha producido esos derechos en Occidente; o el racismo a nivel local aprovechando la «incivilidad» de los inmigrantes.
Aquí, sin embargo, hay que tener mucho cuidado de no provocar el cortocircuito por el que uno no se opone al uso instrumental de esos valores, sino a los valores mismos. Uno se encuentra así defendiendo comportamientos sociales tradicionalistas, en algunos casos bárbaros, que nunca serían tolerados aquí en Europa si los practicaran los europeos, ya que se identifican inmediatamente con las fuerzas más reaccionarias; sin embargo, serían aceptados si los practicaran los no europeos, porque se consideran propios de otras culturas. Mirando a lo concreto sin dejarse deslumbrar por fraseologías abstractas, desgraciadamente los bellos ideales de la «tolerancia», una vez que se llega a enfrentarse a opciones precisas, solo pueden dar paso a decisiones autoexcluyentes, como la de estar o no a favor de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Del mismo modo que en el pasado luchamos por el fin del patriarcado machista católico y consideramos un éxito su superación (parcial, por desgracia), no entendemos por qué deberíamos aceptar, por ejemplo, el de matriz islámica o cualquier otro. La igualdad de derechos entre hombres y mujeres es un principio que nació contradictoriamente en el capitalismo con la Ilustración, como la dignidad universal del ser humano.
¿Queremos estar en contra? Los nazis y los fascistas ya lo han intentado, pero no sé si son perspectivas deseables. En definitiva, este tipo de multiculturalismo abstracto corre el riesgo de convertirse en el caballo de Troya de una regresión cultural que se acepta porque, de nuevo, se considera anticapitalista en la medida en que se opone al «Occidente imperialista»; mezcla en el mismo caldero -y por tanto malinterpreta- la justa lucha contra la explotación capitalista y la absurda lucha contra la cultura progresista que el propio capitalismo, contradictoriamente, ha producido. Acaba acoplándose al identitarismo local que, frente a las tradiciones ajenas, defiende la propia espada en mano. Esta actitud común antiuniversalista conduce al fascismo.
3. El mencionado es uno de los muchos temas del multiculturalismo abstracto, el relativismo absoluto de los valores, etc.; esta actitud, que se presenta ostensiblemente como progresista, o «de izquierdas», se convierte en realidad en una ideología reaccionaria siempre que *excluye a priori* la posibilidad de cambiar tradiciones y orientaciones una vez que se aportan argumentos buenos y razonables para hacerlo. Si, en definitiva, el multiculturalismo, que en sí mismo es obviamente algo bueno, se convierte en la excusa para no cambiar por el mero hecho de pertenecer a una determinada tradición de un determinado comportamiento, porque está «intrínsecamente» ligado a un determinado contexto cultural e histórico, se cae a pesar de todo en el identitarismo, que es de nuevo la antesala del fascismo.
De hecho, las distintas «identidades», si se consideran legitimadas para pretender no cambiar en virtud de sí mismas, no pueden dialogar para encontrar ninguna síntesis y la prevalencia de una u otra se delega en última instancia en la fuerza. En contraposición, frente al «relativismo ético», se genera consenso para la promoción de «nuestra» tradición, que no tendría otra legitimidad que la de ser históricamente exitosa en esta parte del mundo. El intento de hacer prevalecer esta tradición frente al «ataque extranjero» se legitima, obviamente, por el mero hecho de existir aquí desde hace mucho tiempo, no por una argumentación racional o una convicción demostrativa. En resumen, se trata de la imposición de una de estas posiciones tradicionales en virtud de su, por ahora, dominio. Ni que decir tiene que el contenido de esta tradición «autóctona» rechaza, como es el caso, el universalismo racionalista y se dirige en realidad a «nuestra» tradición, que es la tradición preburguesa, es decir, dirigida contra los aspectos superestructurales progresivos del modo de producción capitalista, pero no contra el capitalismo en sí. Es, de nuevo, el trasfondo del fascismo.
4. Para concluir, las metáforas de lucha como el «Occidente global», o el «jardín», etc. corren el riesgo de prestarse involuntariamente a esta forma de pensar tan errónea. Al trasladar la contradicción a una dinámica interior/exterior, se corre el riesgo, por un lado, de ocultar el carácter de la contradicción incluso dentro del propio Occidente y del jardín; por otro lado, de considerar este «Occidente» y este «jardín» como un monolito cohesionado e identificarlo como el sujeto contra el que hay que luchar, mientras que en su interior no solo existen las contradicciones antes mencionadas, sino también potencialidades transformadoras positivas a las que no tiene sentido renunciar. En definitiva, se corre el riesgo de quedar involuntariamente hegemonizado por la ideología del capital.
El sujeto de la devastación mundial no es Occidente ni el jardín, sino la dinámica de la reproducción en forma capitalista; el objetivo es la transformación de ese sistema de reproducción social, y el adversario de clase son quienes gestionan ese proceso y quienes se oponen a su cambio.
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